En realidad todo artista tiene algo de vampiro, de rebelde marginal que lucha contra lo establecido, contra normas, dogmas, ortodoxias y morales, contra la intolerancia; de insurrecto trasgresor que huye de una sociedad opresora que le impide desarrollar su creatividad; que escapa de la realidad, hacia esos otros mundos que nacen de su fértil imaginación; que viaja, vuela, observando y buscando, mientras los otros duermen, hacia una Transilvania ideal, su Sildavia particular. Ese ser inquieto que permanece vigilante, como un rat penat, que puede ver y asombrarse, que siente con total intensidad. Todo creador sigue sus instintos sin miedo en completa emancipación, sin hipocresía, liberándose de prejuicios y supersticiones; se asemeja a ese ser romántico y novelesco que lo sacrifica todo por amor, por amor al arte.
También nuestro “pintor” tiene ese halo vampírico, no solo por su aspecto físico, con esa piel pálida, anémica y aristocrática, como la de Nosferatu, por su porte delicado y distinguido o por su eterno y característico insomnio; también por la capacidad, a base de verter sangre (o mejor tinta), de crear seres inmortales, rostros que escurren en el lienzo como la faz de Cristo en el paño de Verónica. Vampírica es también la forma con que se lanza sobre el espectador para asestarle una tras otra, dentelladas de ironía, para inocularle el veneno de la vida, para destruir y desordenar su mundo, para generarle ficciones mágicas y misteriosas.
Efectivamente, dialogando en nuestro vertiginoso y divertido viaje a Paris, la ciudad de la “luz”, con motivo de su última exposición, coincidimos en que su pintura no sólo tiene un poso nostálgico innegable, sino que además está descalabrada por el humor. Este inventor de formas y signos, utilizará diferentes recursos irónicos para establecer un continuo juego con el espectador, una recreación intelectual que anima la complicidad y la reflexión. Un buen ejemplo sería esa recontextualización de unas imágenes cinematográficas que forman parte de la cultura popular, del imaginario colectivo, que, con su carga simbólica y sentimental, actúan como auténticas y sugerentes metáforas visuales. Escenas significativas que el artista manipula y deforma, monta y mezcla, inteligentemente, con motivos de la tradición del arte de vanguardia (Miró, Matisse, Mondrian, Picasso, Hopper…), con objetos de fuerte carga sensitiva (como sus discos favoritos, pinturas o carteles de películas clásicas) o incluso con elementos arquitectónicos transformados del paisaje urbano más cercano. De esta forma consigue que estos auténticos jeroglíficos, de colorido sensual y alucinante, adquieran mayor capacidad sugestiva, turbadora, y alcancen significados complejos y enigmáticos.
Este ser cinéfilo, bibliófilo, melómano y esotérico, con una sensibilidad fuera de lo común y siempre a flor de piel, vuelca su saber arcano en unos lienzos, de gran interés sinestésico; donde mezcla los géneros y las técnicas, el diseño gráfico y la música, la pintura y el cine, la realidad y la ficción, tradición y modernidad. En ellos actúa a la vez como hacedor y como exterminador, como propagador y desmitificador a la vez del acto artístico y de las estrellas que giran alrededor de ese universo legendario. Obras que son a la vez síntesis y análisis, introversión y acción, pesimismo y optimismo, nostalgia y progreso, idealización y rechazo, homenaje y burla. Ejemplifican muy bien con esa dualidad, la doble naturaleza del alma humana, de ese ser ambiguo, contradictorio y ambivalente, presencia del bien y del mal, ávido de amor y sangre, como la Esfinge, como el vampiro; que golpea y besa sin disimulo ni contemplaciones, que crea y devora, que, como la tierra, es útero y sepultura.
Todo en su obra, como en la vida, tendrá una gran carga irónica, los significados ocultos esperan para ser descubiertos, el sarcófago espera para ser abierto; Porque como aclara Jankelevitch, “La ironía es un pudor que, para tamizar el secreto, recurre a una cortina de bromas”. Todo es juego, ilusión, artificio: articulación de colores, de gestos, de miradas que nos evocan diferentes emociones; engranaje sutil de cuadros dentro de otros cuadros; proyección de sombras misteriosas que nada tienen que ver con el personaje que las engendra; o combinación de atractivos y cáusticos contrastes, como el que alumbran unos tonos chillones y delirantes, salpicando escenas de cine negro, que se llenan de encanto.
En algunos de estos planos, los personajes en escena serán conocidos, reconocibles, famosos; aunque actuarán de forma simbólica, en un contexto diferente al que lo hacen normalmente, inquietante. En otros, serán anónimos seres, que vagan en escenarios de una gran tensión psicológica, como balcones o escaleras, bañados en una atmósfera irreal, onírica, metafísica, completamente hopperiana; donde la soledad existencial se palpa. Por último, en otras escenas, es el artista el actor principal, que aparece rodeado de esos elementos que perviven en su memoria y que rescata pasionalmente; objetos que tanto han influido en su forma de pensar y hacer. Son muy interesantes estas producciones intimistas en las que el autor se imagina de espaldas al público (como debe ser un autorretrato, icono de lo invisible, presencia y ausencia a la vez), con su sombrero de director de cine, y las imágenes que observa, se convierten en su propio espejo que, por supuesto, no refleja su rostro, pero sí su ánima esclarecida; en espectros que merodean en su interior, aparecidos ilustres que nos ojean, nos acechan.
Así, pese a incorporar a su trabajo creativo las últimas tecnologías, algo que podría propiciar obras frías, objetivas o despersonalizadas, consigue, eruditamente, que su espíritu pueda asomar en cada obra. Pese a ese filtro mecánico y cibernético, que oculta el gesto, la huella que deja la pincelada, logra transmitir todos sus sentimientos, sus desasosiegos, sus palpitaciones más íntimas, sus más descarnadas soledades; utilizando, a veces, para mostrarlas, la máscara geométrica y tragicómica de Chaplin, Keaton o Mastroiani como pretexto.
En realidad, es él que asoma en todas sus obras, son planos congelados de su estado de ánimo. Inventa, imagina, consigo mismo, a cada instante, un hombre nuevo, un nuevo personaje, como Picabia. Succiona la sangre, la sustancia, el temperamento, de todo lo que le rodea, se empapa, como buen artista, que vive para ver, de todo lo trascendente, lo sublime, en lo cual se metamorfosea. Aparecerá como Picasso, Chopin, Groucho o Hitchkock, destacando los valores que éstos encarnan; vestido jovialmente de Matisse, o perdido dramáticamente en una escalera recóndita y laberíntica. Será aquel que se despide de Bergman en un “adieu” triste e irreversible, diferente a ese otro de Belmondo, que es más un “hasta luego”; o ese Frankenstein, conmovedor Prometeo incomprendido e inadaptado; o ese Drácula, disfrazado de Lee. Porque pintar es querer ser, ser, existir.
Así será el monstruo y el galán, el cómico y el suicida, el detective y el gánster, el músico y el cowboy, el ignorante y el genio, el travestido y el macho conquistador, el vagabundo y el triunfador, el duro y el tierno, el acosador y el perseguido. En definitiva, encarnará todos los roles, se convertirá en el director de un reparto de lujo y a la vez el actor que interpreta todos los papeles del guion melodramático de su vida; un film gozoso, pero con episodios también dolientes, como ocurre en cualquier argumento, de cualquiera de nuestros culebrones particulares. Porque, Manolo se lanza sin salvavidas, con una simple capa, a ese mar de la ironía del que habla Japp; ese capote indómito y convulso que tamiza todos sus sueños, todas sus frustraciones, todos sus secretos, el que agita todas las emociones, el que permite soportar lo complejo, las manifestaciones más tempestuosas del espíritu. Sobrevuela el decorado y se revela sin temor ante las cámaras, su ánimo se torna eterno, como un óleo, como una efigie escultórica, como un fotograma, una imagen del celuloide, indestructible, a prueba de balas, cruces o estacas; inmortal como la sangre, como Drácula.
Un viajero del espacio y el tiempo, a bordo del tranvía prodigioso de Keaton, que nos descubre nuevas dimensiones, percepciones y paradigmas; nuevos mundos, tentadores e insospechados, en una obra de arte total, vibrante y turbadora, que es fantasía hipnótica, prestidigitación fascinante, encantamiento nigromante, maravilla alquímica, ilusión óptica, hechizo sensitivo, magia visual.
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