Serían las 9 de la noche cuando entré en el café Les Deux Magots en el 170 Blvd. St. Germain y al fondo sentados a una mesa me encontré a Keaton, a Orson, a Alfred, a Charles, a John, a Manolo y a Groucho (el marxista, claro). Me coloqué en una mesa cercana con la pretensión de pasar desapercibido y poder escuchar su animada conversación. Pero apenas encendí un cigarrillo ya tenía casi sentado en mis rodillas a Groucho, pidiéndome fuego y llevándose mi encendedor a su mesa por si alguno de sus amigos necesitaba lumbre. Pedí un expreso y simulé leer una novela de Jean Paul, mientras el oído trataba de sintonizar con mis vecinos contertulios. Me pareció entender que Orson y Alfred discutían por un supuesto guion que les había propuesto a los dos una misma productora. Charles les seguía con la mirada ensimismada y con aspecto de estar ausente de aquella mesa y Manolo bocetaba sobre una servilleta con un lápiz en la mano derecha mientras Groucho le echaba de vez en cuando una miga de pan sobre el papel. Llevaba apenas una hora cuando aparecieron por la puerta Lubitsch y Greta, radiante de belleza como siempre y se acercaron a la mesa. Groucho se lanzó de inmediato a recoger el abrigo que la Garbo iba a quitarse y, con gesto caballeroso le hizo una reverencia hasta dar casi con su bigote en el suelo. Se había formado ya una buena reunión de amigos, hasta el punto que tuve que retirar ligeramente mi silla para separarme de aquel grupo que comenzaba a tener una conversación tan acelerada que me era difícil distinguir de qué hablaban. Dejé mi novela sobre la mesa y saqué mi viejo bloc de notas. Quería ir tomando unas notas sobre lo que sucedía a mi alrededor, pues una situación como ésa era insólita para mí. Manolo se levantó y se acercó para pedirme unas cuartillas de mi bloc, pues se había quedado sin espacio para seguir dibujando sobre la servilleta. Aproveché el favor que me pedía para obtener alguna confidencia de aquellos personajes que tuve la fortuna de encontrar y así escribir mi crónica social del periódico al día siguiente. Conseguí sentarlo a mi mesa con la excusa de que desde esa posición tendría mejor visión del conjunto. Cada uno se dedicó a su tarea mientras yo miraba por el rabillo de mi ojo izquierdo lo que estaba dibujando Manolo. Eran unos apuntes sobre aquellos personajes. Tenía uno muy bueno de Groucho con la cabeza apoyada sobre su mano izquierda sujetando un exuberante puro y los ojos mirando al techo. A Chaplin lo estaba vistiendo con chaleco de Matisse que coordinaba con un supuesto fondo del mismo pintor. En otro aparecía Bogart en mangas de camisa y un fondo de tipo Mondrian… Al no ver por allí a Humphrey le pregunté si le conocía y me respondió que tenían un amigo común (hacía referencia a John que acababa de rodar El Halcón Maltés el mes anterior). Me interesé por lo que estaba dibujando y fijamos una entrevista para mi periódico la semana siguiente. Yo iría a su estudio y me enseñaría su obra. Tenía una exposición en perspectiva y le faltaban algunos cuadros para completar la serie. Me pareció muy interesante su trabajo y después de pagar mi café me despedí hasta nuestra próxima cita.
Era martes, a las 7 en punto de la tarde me planté en su estudio. Me recibió con una media sonrisa entre tímida y burlona. La sala estaba llena de lienzos apoyados por todas las paredes. Una gran ventana al fondo filtraba una suave luz a través de un visillo blanco. El espacio tenía un aspecto entre desordenado y acogedor. Un cuadro de un gánster con sombrero y pistola en mano me apuntaba desde el caballete. Estaba trabajando en él y faltaba un fondo a rayas que estaba por terminar. Me ofreció una taza de café o un Jack Daniels y mientras preparaba el café, me di una vuelta mirando la obra que tenía preparada. Era una serie sobre el cine, personajes y escenas de películas tratadas con esa técnica del cartel, con ingredientes del pop y un impacto visual muy vivo.
Me invitó a sentarme y entre sorbos de café empezamos la charla.
PACO: ¿Manolo, pintura o publicidad?
MANOLO: Hombre, de la publicidad como y de la pintura gozo.
P: ¿Con qué te quedarías?
M: Tengo un matrimonio difícil de romper. Digamos que me gustaría ser bígamo. Pero de momento es una amante (la pintura, claro) (risas) que me cuida bien el ánimo. Yo también la mimo. A veces demasiado.
P: ¿Quién entra antes en tu corazón?
M: Digamos que la amante viene desde la infancia. Pero llega el momento de formalizar relaciones y como tantos hay que optar por lo seguro.
P: Mirando estas pinturas y la seriedad de tu trabajo, uno se pregunta cómo no has presentado antes en sociedad estas obras.
M: Bueno, hay un cierto pudor hasta que aquellos que lo ven empiezan a hacer presión y te convencen. Un artista a veces tiene poca distancia respecto a su obra para calificarla. Digamos que eres muy crítico con lo que haces y siempre crees que es mejorable. Esperas ese momento de plenitud.
P: Pero tú tienes una amplia experiencia en tus dos actividades que ya avalan esa calidad.
M: Ya, pero siempre estás experimentando y aprendiendo y parece que ese momento está por venir. Con esta serie, en un tema que me apasiona como el cine, he encontrado el reflejo de lo que quería expresar y la técnica creo que está acertada por eso he tomado la decisión de exponer.
P: A mí, también me gusta el cine y la pintura, he visto que utilizas en un mismo cuadro imágenes del cine y de artistas como Matisse, etc. ¿Es un hallazgo estético o ideológico?
M: En principio no es ningún hallazgo porque esa técnica la han utilizado muchos pintores con éxito. Digamos que forma parte del lenguaje actual de la pintura como una herramienta gramatical más para pintar. Evidentemente hay una utilización estética en su uso, porque esos pintores que tomo como referencia tienen una fuerza visual contundente y las imágenes del cine, basadas en fotogramas del cine negro americano y símbolos como Chaplin, Groucho, etc. son tan populares por su difusión que de alguna manera los utilizo como trampolín para enseñar esa pintura que a mí me gusta.
P: Otra bigamia, por lo que veo.
M: Bueno, esta es menos problemática porque afecta más a los sentidos que a los sentimientos. Lo llevan mejor. Chaplin a la moda de Matisse o Matisse a modo de Chaplin. Son una pareja bien avenida visual y conceptualmente, me parece.
Groucho parece más Marx y el marxismo coge sentido del humor con el habano de Groucho. Son parejas posibles en la ficción que se mueven. Al final, el cine, la pintura y las ideologías son parte de la ficción. El público las consume como un mecanismo de defensa ante la realidad. Están por encima de la realidad y nos dan la posibilidad de ilusionarnos en el sentido más abstracto de la palabra Ilusión.
P: ¿Te ilusionas con facilidad?
M: No creas, pero me parece un mecanismo necesario. Y un buen ejercicio mental. Yo diría que me gusta ser realista para fabricarme unas buenas ilusiones.
P: Estoy seguro de que tu exposición será un éxito.
M: Gracias.
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